De cómo llegó la radiación (artificial) a nuestro hogar
De todos es sabido que “poderoso caballero es don Dinero” y que hasta los años 70, los estudios sobre seguridad en prácticamente cualquier ámbito eran poco más que anecdóticos.
Voy a tratar de contar la forma en que la sociedad (en especial la norteamericana, por sus características capitalistas) adoptó, o más bien fue forzada a adoptar, el uso de la radiación en la vida cotidiana… hábitos éstos que mucho tienen que ver, tanto con la ignorancia respecto a estos temas, como al hecho de disponer de un conocimiento científico aun escaso, así como de la codicia de unos pocos (nada nuevo bajo el Sol).
Pero vamos a empezar por los inicios de las fuentes de radiación artificial. A buen seguro, querido lector, que es usted conocedor de la historia de una de las grandes mujeres de la ciencia, como es Doña Marie Curie (y si no, le recomiendo que vaya empezando a leer muchos libros).
Bien, la señora Curie fue, junto con su marido Pierre, una de las primeras personas en dedicarse a estudiar el fenómeno de la radiactividad, aislando para ello diversos isótopos radiactivos como el Polonio o el Radio que, como podrá suponer, son potentes fuentes radiactivas.
Para desgracia de Maria Salomea Sklodowska, que así se llamaba tan ilustre dama en su nacimiento, los estudios acerca de los efectos de la radiactividad en el cuerpo humano eran prácticamente inexistentes en aquella época y por ello, no pudo protegerse adecuadamente de los efectos de las sustancias que manejaba habitualmente en su laboratorio y literalmente, brillaban con luz propia.
Incluso podría decirse que fue una de las primeras personas (aunque en absoluto la única) en experimentar en su cuerpo los efectos de elevadas dosis de radiación. Tan elevadas que le produjeron la muerte en 1934 a consecuencia de una anemia aplásica, producida precisamente por la irradiación de los tubos de ensayo con radio que guardaba en sus propios bolsillos, así como a la exposición a rayos X durante su trabajo como radióloga en hospitales de campaña durante la guerra.
Debe observar el lector que, no sé… las circunstancias en que feneció tan célebre figura (ganadora de dos Premios Nobel, nada menos), podrían haber hecho intuir que tal vez eso de la radiación no era tan seguro como se pensaba… solo tal vez.
El caso es que su cuerpo ahora descansa en el Panteón de París, junto con el de su marido, en un ataúd forrado con una pulgada de plomo para atenuar la radiación que seguirá emitiendo durante miles de años (aunque en 1.600 años, su emisión radiactiva será la mitad de la actual, seguirán siendo niveles alarmantes). Respecto a sus notas de laboratorio, tres cuartos de lo mismo, pues se almacenan en la Biblioteca Nacional de Francia en París, custodiadas en gruesas cajas de plomo y, aunque las notas pueden observarse, los interesados deben firmar previamente una exención de responsabilidad, así como utilizar un equipo de protección antirradiación.
Y bueno… los años fueron pasando y el interés por la energía nuclear y por todo lo radiactivo fue creciendo, tanto entre la sociedad científica, mayoritariamente con fines militares aunque también médicos, como también (y desgraciadamente) por charlatanes y explotadores.
A la población (especialmente la norteamericana) entre los años 20 y 70, todo aquello de la radiación le sonaba como algo muy Cool, esto es… osea, guay… un caldo de cultivo para el desastre, labrado entre la avaricia y la ignorancia.
Y aquí es querido lector, donde empezamos con las barbaridades, así que si no está usted debidamente sentado, le recomiendo ubicar adecuadamente sus posaderas antes de proseguir con la lectura.
Empezamos por la que tal vez sea la radiación ionizante más conocida por la población en general: los rayos X.
Estas populares e indudablemente útiles radiaciones cuando son empleadas de forma adecuada, fueron descubiertas por el ingeniero mecánico y físico alemán Wilhelm Röntgen en 1895… solamente hubo de pasar un año para que a Leopold Freund se le ocurriera usar esta forma de radiación con fines depilatorios… y en un principio con gran éxito, debo añadir… el problema era que con el paso del tiempo, los pacientes no solo veían como habían perdido el pelo, sino también la piel subyacente… es lo que tiene hacerse tratamientos de 12 días con rayos X… en total con unas 20 horas de exposición.
Luego se extendió el uso para el tratamiento de otras patologías como el acné o eccemas… los cambios de pigmentación cutánea, quemaduras, dermatitis y tumores eran pequeñas minucias que alguien preocupado por conseguir la mejor apariencia posible debía tolerar sin problemas (“sarna con gusto, no pica” y tal…).
Arriba, cartel publicitario de Tricho System en 1926. Curiosamente, en sus panfletos no se hacía mención de los rayos X que utilizaba el sistema, sino de rayos Epilex o rayos Roentgen que suena más comercial y asusta menos.
Como el lector sin duda comprenderá, tamaño descubrimiento capaz de producir pingües beneficios a costa de la ignorancia popular, debe ser explotado hasta la saciedad. De esta forma, gracias a estudiadas campañas de marketing dirigidas fundamentalmente a personas adineradas (pues estos productos no acostumbraban a ser baratos), siguió una estela de diversos artículos “domésticos” y en muchos casos con propiedades supuestamente curativas, cuyo principal atractivo de cara al consumidor era la referencia a ser un producto radiactivo… la estrategia viene a ser similar a cuando se le añade la coletilla “digital” a cualquier electrodoméstico contemporáneo (aunque cabe añadir que, en éste último caso, solamente resulta perjudicado el bolsillo del comprador).
Entre la oferta de productos radiactivos domésticos disponibles a principios del siglo XX, uno de los más destacados fue el llamado Radithor®, conocido popularmente como “agua radiactiva” y que se trataba en esencia, de unos pequeños frascos conteniendo una solución de radio 226 y radio 228, ambos fuertemente radiactivos.
En esencia, esta bebida se publicitaba como una especie de bálsamo de fierabrás o como una bebida energética (tipo Red-Cow o Manster) capaz de “curar a los muertos vivientes”, un eslogan realmente llamativo para el crédulo consumidor de la época.
Entre otras muchas cosas, se le atribuyó una propiedad por la que muchos hombres de avanzada edad estaban dispuestos a vaciar sus carteras, y es que en la publicidad se indicaba que esta agua iba muy bien precisamente para la impotencia… y realmente era cierto… para producirla.
Su precio de 1 dólar, que hoy en día nos puede parecer razonable, ascendería unas 20 veces si tuviésemos en cuenta la inflación, por lo que solamente era popular entre consumidores medianamente adinerados… esto fue así más o menos hasta que hubo que enterrar al millonario Eben Byers, consumidor habitual de esta sustancia, en una caja de plomo. De la medición de actividad radiactiva en su esqueleto se obtuvo un resultado de 225.000 Becquerel (una barbaridad).
Pero también se desarrolló un mercado para aquellos osados que consideraban que eso de administrarse la radiación por vía oral era algo de cobardes, por lo que surgieron los supositorios de radio (Radio X®, Vita Radium®)… cuya supuesta “utilidad”, como no podía ser de otra forma, era la de vigorizante sexual para hombres.
Según la publicidad de Vita Radium®, “el radio se absorbe en el cólon, llega a la sangre, y mejora la energía y vitalidad, incluso la vida sexual”… de ilusión también se vive.
Hoy día solo podemos suponer que la experiencia de administrar estas sustancias radiactivas por donde la espalda pierde el nombre, debió ser algo cuanto menos curioso, especialmente en el momento en que el usuario sintiese la necesidad de evacuar y, previamente a ello, apagase la luz del inodoro para contemplar su, suponemos, brillante obra en todo su esplendor… y es que debe ser toda una experiencia el plantar un pino luminoso. Lo de la aplasia medular, la osteonecrosis y el cáncer rectal ya es otra historia.
Además de supuestos medicamentos, paralelamente surgió la industria de las pinturas brillantes, en la que se trataba de aprovechar la capacidad de emisión de luz visible, bien de forma directa o indirecta, de diversos isótopos radiactivos.
Posiblemente el lector aún conserve en algún cajón, alguno de aquellos viejos relojes o despertadores cuyos números y manecillas siguen brillando en la oscuridad… en caso de que el dispositivo sea anterior a los años 60, éste fenómeno se debe probablemente al uso de una pintura denominada “Undark®”, compuesta por sales de radio.
Si el dispositivo es más reciente, es posible que contenga un emisor beta como es el tritio, y si se trata de un dispositivo actual, en ese caso no utilizaría isótopos radiactivos, sino sustancias fosforescentes.
Pues bien, aunque la cantidad de radiación que emiten estos aparatos se considera generalmente inofensiva (aunque cuidado con los niños, porque no hay suficientes estudios como para sacar conclusiones), en los inicios de su fabricación, y cuando ya estaba más o menos claro que eso de la radiación como que muy sano no era, la empresa US Radium se dedicó a contratar (con buenos sueldos además) a mujeres para que se encargaran de la delicada labor de pintar a mano las manecillas y números de los relojes.
Esta pintura se aplicaba con un fino pincel que, a los pocos usos tendía a deshilacharse, por lo que los encargados al mando instaban a las trabajadoras a afilarlos humedeciéndolos ligeramente en su boca (en la boca de ellas, no la del encargado).
Es de suponer que estas chicas, conocidas hoy en día como Las chicas del radio, se sorprenderían al ver que, en las escasas ocasiones que alguno de los directivos se acercaba a la línea de producción, éste iba completamente cubierto con un atuendo realmente basto, inusual e impropio de alguien de su rango… pensarían que eran excéntricos, supongo.
Pero sigamos con las chicas… como estaban bien pagadas, se les comunicó que la pintura era completamente inofensiva y que el único síntoma de ingerirla era un saludable rubor facial (ahorro en maquillaje, todo son ventajas), pues no pusieron ningún inconveniente a la forma de trabajo indicada. Además, ¿por qué se iban a preocupar cuando las sustancias con radio ya se usaban ampliamente como sustancia medicinal? (esto es una pregunta retórica).
Además, era frecuente que estas trabajadoras en ocasiones utilizaran algo de la pintura que manejaban para aplicársela en uñas y dientes, normalmente con la intención de sorprender a sus parejas al apagar las luces… y si bien el efecto era el esperado, la verdadera sorpresa llegaba cuando estas uñas y dientes empezaban a caer tiempo después.
Con el paso del tiempo, estas trabajadoras iban muriendo, pero estos decesos se solían atribuir a la sífilis, contando incluso con la vergonzosa cooperación de diversos médicos y odontólogos que muy probablemente habrían sido sobornados por US Radium.
Al menos, después de todo esto, los protocolos de seguridad en el trabajo se vieron fuertemente reforzados y en 1.949 se aprobó un proyecto de ley en Estados Unidos según el cual, todas las enfermedades laborales serían indemnizables.
Vamos, que podemos decir que el movimiento comercial de todo lo que sonara a radiactivo o nuclear se expandió a sus anchas con productos tan radiactivos y variopintos como pasta de dientes (Doramad®), chocolate radiactivo (de Burk & Braun®), cremas cosméticas (como Tho-Radia®), “medicamentos” homeopáticos de uranio (probablemente, el único producto “radiactivo” sin riesgo, ya que solamente contiene agua), e incluso preservativos radiactivos entre muchos otros despropósitos.
Para terminar, cuando uno piensa que ya no es posible explotar más un producto casi desconocido, surge la pregunta clave:
…y como no podía ser de otra manera, sí hubo quien pensó en los niños… y no solo a principios del S. XX, sino hasta la década de los 50, cuando ya estaba más que demostrado que eso de la radiación podía hacer mucha pupa. A finales de los 60 se prohibió la venta de muestras de elementos radiactivos.
Y es que se fabricaron JUGUETES RADIACTIVOS!!!… hoy en día es completamente descabellado, pero se ve que en aquella época no lo parecía tanto, especialmente porque estos juguetes no eran precisamente asequibles y solo unas pocas familias se podían permitir el obsequiar a su vástago con tan original pasatiempo.
Durante los años 40, “Porter Chemical Co.” distribuyó un kit científico para niños que contenía diferentes formas de uranio.
Entre 1950 y 1951 se comercializó el “Gilbert U-238 Laboratorio de Energía atómica”, que contenía fuentes de radiación alfa, beta y gamma, y cuya corta vida en los escaparates no se debió a la presencia de emisores radiactivos, sino a su elevado precio, de unos 50$ (una auténtica fortuna para la época).
Finalmente, en los 60, fabricado por el Club de Ciencias Básicas Americano, tenemos un kit conocido como “Laboratorio de Energía Atómica”, que venía con fuentes radiactivas de uranio y radio… casi nada.
Es de suponer que, en plena guerra fría, cualquier padre estaría orgulloso de que su hijo pudiese divertirse con esa forma de energía, casi inaccesible (especialmente por su precio) y que muy pocos comprendían pero que estaba en boca de todos.
Debo comentar, que a pesar de que resulta fácil encontrar información sobre estos “juguetes”, no he podido localizar ningún documento que detalle los efectos de la exposición a esta radiación (que realmente no era muy alta) entre los niños que tuvieron la “suerte” de poder recrearse con ellos. Personalmente, quiero pensar que debido a las bajas dosis que se manejaban, no afectó en gran medida a la esperanza o calidad de vida de los niños en cuestión, pero es pura conjetura… por si acaso, no dejéis que vuestros hijos jueguen con isótopos radiactivos.
Y aun dejándome mucho en el tintero para otra ocasión, me despido afectuosamente y espero que estas líneas hayan conseguido divertirle y meditar acerca de la forma en que algunas personas de pocos escrúpulos, utilizan la ignorancia de la población en su propio beneficio.
Juan Pablo Navarro Ferrando
Departamento de Sanidad Instituto Técnico Profesional PAX